Por Marta Platía. Pag. 12 / Foto: Gentileza Abuelas de Plaza de Mayo
Con la frescura de su voz y la belleza casi cinematográfica, la nueva titular de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba, la nieta recuperada Belén Altamiranda Taranto, de 46 años, pivotea entre la emoción por la tarea que heredó, y el duelo por la partida de la última Abuela de Córdoba, Sonia Torres, a sus 94 años el viernes 20 de octubre.
“No sabés –dice, en estos días miro para arriba a cada rato y le digo: ¡Vieja, en qué me metiste! Pero enseguida me respondo lo que ya sé desde que me encontraron en 2007: en la búsqueda de los nietos y nietas que nos faltan, en los hermanos que nos robaron. Y que a pesar de todo, vamos a seguir buscando siempre, pase lo que pase”. Lo dice en plural “la nieta número 88”, de los 133 que las Abuelas de Plaza de Mayo lograron recuperar de los aproximadamente 500 bebés que robó la última dictadura cívico-eclesiástico-militar en la Argentina entre el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 y el retorno de la democracia en diciembre de 1983.
En la ráfaga de esas primeras palabras Belén Altamiranda Taranto agrega una nueva dimensión, en tanto nieta, al lenguaje de la búsqueda: habla de los hermanos robados. De sus congéneres nacidos durante el cautiverio de sus mamás en los 814 campos de concentración que instalaron los genocidas por todo el país. Y de pronto, no todo son balotajes, memes o efímeros discursos televisados. Esto también es Argentina 2023: darse cuenta de que el tiempo y la biología siguieron haciendo su camino sin detenerse desde las primeras rondas y marchas de las Madres y Abuelas, y que ahora algunos de aquellos bebés que nacieron durante el cautiverio y tortura de sus madres son quienes que se hacen cargo de buscar y convocar a sus congéneres. De pedirles que se busquen a sí mismos. Que se animen a recuperar la identidad que les negaron los genocidas desapareciéndolos vivos. Porque así, de ese modo los nombró la Justicia “los desaparecidos vivos”, en todos los juicios por delitos de lesa humanidad que se hicieron en el país desde 2008 hasta hoy.
“Son las víctimas de un crimen en continuado, la desaparición forzada: un crimen constante que se sigue desarrollando mientras no se los encuentre y se les restituya su verdadera identidad”, según la sentencia del Megajuicio La Perla-Campo de la Ribera en Córdoba, que duró casi 4 años (entre 2012 y el 25 de agosto de 2016), y de decenas de juicios en todo el país. Es el crimen en presente continuo. El que ahora mismo se sigue cometiendo mientras alguien escribe y alguien lee. Belén hija de una pareja de militantes desaparecidos, fue una más entre los bebés sustraídos.
–¿Cómo viviste recibir semejante mandato: hacerte cargo de Abuelas en Córdoba?
— Fue muy fuerte. Nosotros todavía estamos viviendo el duelo por la muerte de La Choni (así llamaban los familiares y amigos a Sonia Torres). Ella es irreemplazable. Estamos pasando por el dolor. No fue una sorpresa que me designaran porque Sonia, la abuela que tomé prestada desde 2007 me estaba preparando. Hace un año pidió que la acompañara cada mes a la reunión en Buenos Aires del Consejo Directivo de Abuelas. Así que cuando vino Estela (el martes previo al balotaje) y me abrazó y dijo: tomá las riendas, y no lo dudé. Asusta, pero no estoy sola para nada: somos muchos para seguir con lo que empezaron las «viejas».
El encuentro con Estela de Carlotto fue en la nueva sede de Abuelas Córdoba, una casona inaugurada el 28 de septiembre de 2022 y asignada por voto unánime de la Legislatura Unicameral del gobierno de Juan Schiaretti, quien declaró en el acto inaugural que “las Abuelas de Plaza de Mayo, junto a las Madres de Plaza de Mayo, fueron la reserva moral de la Argentina en la noche más oscura que nos tocó vivir”.
–Esto fue un enorme logro de Sonia. Su lucha hizo que después de tantos años, se destinara un lugar para que se siguiera buscando, trabajando, y que los que tienen dudas puedan acercarse. El gobernador siempre estuvo cerca de Sonia y la invitó a los actos importantes. La acompañó a las sentencias de los Juicios. La nueva sede no es un comodato como se ha dicho, sino que tiene fuerza de Ley (la 10.803). Es para siempre, como la búsqueda.
La historia de Belén
Hija de Rosa Luján Taranto y Horacio Altamiranda, una pareja de militantes que ya tenían otros dos hijos, Belén nació en Campo de Mayo. “A mis padres los secuestraron el 13 de mayo de 1977 en Florencio Varela, y se los llevaron al Vesubio. Ella estaba embarazada. Yo nací en agosto de 1977, una compañera de celda de mi mamá, la sobreviviente Susana Reyes, me contó que se la llevaron antes de que entrara en trabajo de parto. Le hicieron cesárea y no la dejaron que me vea. Mi mamá le contó que sólo me escuchó nacer, pero ni le dijeron si era nena o varón, nada”, relata Belén. Fue la nada aunque le habían prometido todo: “También por Susana supe que los represores le hicieron escribir una carta que la había esperanzado muchísimo. Una carta que le llevarían a mi abuela diciendo que la dejarían tenerme unos dos meses con ella para que me amamante; que después, tanto ella como mi papá, irían presos un tiempo pero que saldrían y podríamos volver a vivir todos juntos con mis hermanos. Pero todo eso se le murió después del parto.
Susana me dijo que volvió tristísima, que se hizo un bollito en su cucha (así se llamaba a la colchoneta donde dormían los prisioneros) y lloró días”.
La bebé fue entregada al Movimiento Familiar Cristiano, como muchos otros, y desde allí a la casa de sus padres adoptivos. “Ellos dos siempre me contaron que era adoptada y se los agradezco. Y yo también lo sabía porque mi hermano en esa familia era también adoptado. Llegó a casa 13 años antes que yo. Cuando se separaron, con mi mamá Ana María (quien murió en 2014) y mi hermano Alberto, nos vinimos a vivir a Córdoba.
–¿Cuándo empezaste a sospechar que podías ser hija de desaparecidos?
— Nunca. En realidad yo tenía curiosidad por saber quiénes eran mis papás biológicos. Como muchos adoptados, creemos que nos dieron porque no nos querían, y necesitaba resolver eso. Pero cuando apareció Juan Cabandié (Alfonsín, el número 77) eso me despertó. Fue un quiebre escucharlo en la exEsma en 2004. Yo estudiaba Hotelería y Turismo y trabajaba en un locutorio en el centro. Una amiga sacó un 088 de Abuelas de un videoclip de la Bersuit Vergarabat, “Vuelos de la muerte”. Llamé creyendo que era de Buenos Aires, pero me contestaron en Córdoba. Mirá qué importante las ideas que tuvieron las viejas de que nosotros fuéramos partícipes de nuestras propias búsquedas, tan importante como la música, el arte, los medios.
Belén es una de los pocos nietos restituidos que pudo conocer a sus cuatro abuelos cuando le restituyeron su identidad el 29 de junio de 2007: a poco de un mes de dar sangre para el examen de ADN. Entre ellos estaba Irma Rojas, su abuela materna, que fue de las primeras Abuelas de Plaza de Mayo, como Sonia Torres.
— Yo estaba en el locutorio trabajando cuando llamaron del Juzgado de María Servini de Cubría para avisarme que me presentara. No podía salir del trabajo. Me llamaron de Abuelas (atrás de los Tribunales I de Córdoba) y me dijeron que fuera, que me esperaban. Era un mono ambiente que yo conocía, porque me había acercado para la prueba de sangre. Cuando subí y me acerqué a la puerta, eran como las 7 de la tarde y había ruidos de festejo. No sabía si golpear, pero si me habían llamado, me animé. Abrieron la puerta y todos aplaudieron y Sonia me abrió los brazos. Todo eso era para mí”.
La carpeta con fotos y datos de Rosa Luján Taranto, su mamá, y de Horacio Altamiranda. Sus rostros por fin: “De él tengo la estructura de su cara. De ella, la boca, los ojos y, según el abuelo Hugo, su caminada”. Sí, como escribió Hamlet Lima Quintana, “en el hijo se puede volver nuevo”.
Madre de dos hijos “de 26 y 13 años que me acompañan con todo esto que viene conmigo”, Belén se aferra “como cuando llegué acá, a la fuerza de las Abuelas, al trabajo de los compañeros, y a la búsqueda que seguirá siempre”.