AHMAD GHARABLI /AFP.
Mujeres que encarnan a heroínas de leyenda en la pantalla se han atrevido a plantar cara a la hegemonía política de Benjamín Netanyahu en Israel. Primero fue Natalie Portman, la mítica reina Amidala de La Guerra de las Galaxias, quien le desplantó hace un año al negarse a compartir un acto público en Jerusalén con el primer ministro. Ahora la también actriz israelí Gail Gadot, célebre por su papel de princesa de las amazonas en la película Wonder Woman, se ha sumado al movimiento en las redes sociales contra la última maniobra electoral del líder del conservador partido Likud, quien el domingo había proclamado: “El Estado de Israel no pertenece a todos sus ciudadanos, sino solo al pueblo judío”.
Netanyahu observa con preocupación el avance de la oposición en los sondeos y ha comenzado a agitar la campaña de las legislativas del 9 de abril con apocalípticos augurios. Si se ve apeado del poder después de más de una década al frente del Gobierno, advierte, le sucederá una alianza en la que se integrarán los partidos árabes –representación política de una quinta parte de la población– para “socavar la seguridad nacional”. El primer ministro ha invocado ahora la polémica ley del Estado nación judío, aprobada el pasado mes de julio en medio de acusaciones domésticas e inte“Ama a tu prójimo como a ti mismo”, ha escrito Gal Gadot en su cuenta en Instagram, donde tiene más de 28 millones de seguidores, tras la controversia que ha mantenido en la misma red social la comediante y modelo israelí Rotem Sela con el primer ministro. “No es una cuestión sobre derecha o izquierda. Sobre judíos o árabes. O laicos o religiosos”, argumenta la actriz conocida por sus intervenciones en la popular serie de películas Fast & Furious. “Es una cuestión de diálogo por la paz y la seguridad y de tolerancia”.
“¿Cuándo demonios algún miembro del Gobierno transmitirá al público ante las cámaras que Israel es un país para todos sus ciudadanos y que cada persona nace igual: los árabes también?”, se había interrogado su amiga Rotem Sela a través de Instagram antes de que Netanyahu le replicara. “Israel respeta los derechos individuales de todos —judíos y no judíos por igual—, pero solo es el Estado nación del pueblo judío”, advirtió Netanyahu. “Los demás pueblos, nacionalidades y minorías ya tienen representación en otros Estados”.
Los 1,8 millones de árabes israelíes, un 20% de la población, consideran que la ley del Estado nación judío consagra la discriminación de los palestinos que permanecieron dentro de las fronteras de Israel tras su creación, en 1948, y la de sus descendientes. La norma reserva el derecho a la autodeterminación al pueblo judío y relega la legua árabe frente al hebreo, único idioma oficial reconocido. Con un 85% de musulmanes, junto cristianos y otras minorías religiosas, la mitad de los árabes de Israel tiene menos de 18 años. Su avance demográfico parece haberse frenado desde hace 50 años, en los que se ha pasado de una tasa de natalidad de 9,2 hijos por mujer a 3,3 en la actualidad, equiparada con la de las familias judías.
La educación ha contribuido a la mejora de sus condiciones de vida. El 50% de sus alumnos alcanzan a los 17 años el título de bachillerato, frente al 61% de los alumnos judíos, y el 40% es aceptado en las universidades, frente al 55% de los judíos. En el Israel contemporáneo están presentes en casi todos los sectores laborales, en particular la construcción, el comercio y la hostelería, pero también en el de la sanidad. El reverso de su condición socio-económica es patente: solo trabajan tres de cada diez mujeres de entre 25 y 65 años, frente ocho de cada diez judías, y el 38% de las familias árabes vive por debajo del umbral de pobreza.
El presidente de Israel, Reuven Rivlin, se ha distanciado rápidamente del primer ministro. “En este país no hay ciudadanos de primera clase”, afirmó este lunes en un acto que conmemoraba el 40º aniversario del acuerdo de paz con Egipto. “Y tampoco hay ciudadanos ni votantes de segunda clase. En el Estado de Israel existe igualdad de derechos para todos”, puntualizó Rivlin, encuadrado en el Mayoría de bloqueo al Likud. “Netanyahu se enfrenta ahora en las urnas a tres exjefes del Ejército (los exgenerales Benny Gantz, Moshe Yaalon y Gabi Askenazi, en la coalición electoral centrista Azul y Blanco) y lo tiene más complicado que en las últimas en las últimas elecciones (2015)”, sostiene el analista político Ben Caspit en el diario Maariv. “La cuestión central es si se produce una mayoría de bloqueo (para impedir su investidura) con los partidos árabes”, concluye el columnista.
Las fuerzas árabes se presentaron unidas a los anteriores comicios y se convirtieron en el tercer grupo parlamentario de la Kneset (Parlamento), tras el Likud y el laborismo. Ahora acuden divididas. Por un lado, la alianza Hadash-Taal, encabezada respectivamente por Ayman Odeh y Ahmad Tibi, los principales líderes políticos de la comunidad árabe, que aspira a reeditar el éxito electoral de 2015.
Por otro, el Partido Balad-Lista Unida, de perfil nacionalista radical, ha sido excluido de las legislativas por el Comité Electoral Central, que le acusa de “negar el carácter judío del Estado de Israel”. El Tribunal Supremo tiene aún la última palabra para validar su candidatura.
Precisamente el diputado árabe Tibi tuiteaba el lunes tras la polémica en las redes sociales: “El que una destacada personalidad pública (en alusión a las actrices que han cuestionado al primer ministro) tenga que armarse de valor para poder afirmar que los árabes también son seres humanos constata que nos ha tocado vivir en tiempos oscuros”. En su artículo editorial, el diario progresista Haaretz también destacaba el coraje de quienes se atreven a combatir “la deslegitimación de los representantes políticos de la comunidad árabe”. “Netanyahu ha admitido finalmente que la ley del Estado nación consagra la supremacía legal de los judíos y declara que Israel pertenece más a un judío con doble nacionalidad estadounidense e israelí (inmigrado) que a un ciudadano árabe nacido en este país”.