Haití a la deriva

Dr. Andrés Grimblatt Hinzpeter / Scanner Internacional

Es como si ya no quedase nada. Un país de once millones de habitantes, con una riquísima historia, desde sus orígenes; que naufraga y se hunde sin muchos botes ni chalecos salvavidas.

Es importante recordar que Haití fue el primer país de América que declara su independencia en 1791; aunque, en realidad, Haití nunca fue, en la estricta interpretación de la historia, una colonia francesa ni de ningún otro imperio europeo.

En efecto, cuando Cristóbal Colón llegó a la isla que él mismo bautizó la Española, se inició la colonización. En un primer tiempo se instalaron, en lo que Colón bautizó como Santo Domingo, los primeros colonizadores.

Construyeron casas, calles, fuertes, iglesias, esclavizaron a los indios que habitaban en la isla y, poco a poco, se desarrolló una hermosa ciudad colonial frente al mar. Sin embargo, los españoles se interesaron en el centro y en el Este de la isla, dejando abandonada la costa Oeste que no les interesó por no tener grandes capacidades agrícolas ni minerales.

En la enorme bahía de esa costa Oeste, prácticamente inhabitada, vivían algunos indios caribes que se dedicaban a la pesca y a una incipiente agricultura de subsistencia. Sin embargo, esa bahía que no llamó la atención de los colonos españoles; interesó, por su posición estratégica, a piratas franceses que se dedicaban a asaltar navíos de carga que viajaban desde y hacia Nueva Orleans en Estados Unidos.

Poco a poco los piratas franceses hicieron fortuna y pusieron a los pocos indios caribes que vivían ahí a construir mansiones para ellos. Los indios eran pocos y de escasa fuerza para las faenas de la construcción, lo que llevó a los piratas a comprar y a capturar esclavos que habían sido traídos desde Mozambique para ser vendidos en Estados Unidos.

Entonces se construyeron las importantes mansiones de lo que bautizaron Puerto Príncipe. Durante la construcción los piratas se percataron que les faltaba mujeres para desposarlas y hacer familias. Es en ese momento que compran una partida de prostitutas francesas que estaban destinadas al tráfico de blancas y las traen a Puerto Príncipe para desposarlas.

Así surge en el siglo XVII Haití, una colonia de franceses, no de Francia. Los bienes y el oro obtenidos por medio de la piratería permite vivir en excelentes condiciones a las familias francesas instaladas en ese trozo Oeste de la isla. Con el paso de los años los descendientes de los piratas abandonan los asaltos a las embarcaciones y comienzan a desarrollar importantes explotaciones agrícolas de café, tabaco, algunas frutas y azúcar; lo que aumenta considerablemente los ingresos de esa comunidad ya establecida de manera sedentaria en la región.

Por su parte, los esclavos también crecen en número tras una importante cantidad de nacimientos. Los hombres trabajan la tierra y las mujeres en las mansiones de los blancos.

Las condiciones de vida de los esclavos se van empeorando en la medida en que los blancos se siguen enriqueciendo. Esto provoca la rebelión de los esclavos durante el siglo XVIII bajo el mando de sus patriotas; Jean Jacques Dessalines, Toussaint Louverture y Henri Christophe, quienes victoriosos declaran la independencia y la República de Haití.

Los blancos piden ayuda a Francia y Napoleón, convencido de que se trataba de una colonia de Francia, invade el territorio haitiano y, es en ese momento que Haití se transforma en una colonia francesa. Por poco tiempo. Tras las derrotas de Napoleón en Bélgica y en Rusia, Dessalines retoma el poder y expulsa a todos los blancos; creando la primera República de Latinoamérica, además, con población 100% afrodescendiente.

Ese pequeño país creado, tras la independencia, limítrofe con la colonia española de República Dominicana nunca pudo desarrollarse. República de esclavos, sin educación, sin metas nacionales, sin una verdadera cohesión, trabajando las tierras que eran de los amos antes de la expulsión de los blancos, con baja rentabilidad y productividad, poco a poco se fue convirtiendo en uno de los países más pobres del mundo.

Hoy, seis familias son dueñas de las tierras y de la agricultura haitiana, que produce apenas para la subsistencia del país. Cada una de esas familias tiene el control de un partido político y de una verdadera fuerza armada que defiende los intereses de sus nuevos amos.

El país no tiene sus propias fuerzas armadas ni una policía digna de ese nombre. Son las seis familias con sus propias fuerzas armadas que ponen orden en el espacio agrícola y urbano. Durante el siglo XX, esa fue la historia del país, gobernado por tiranos obedientes de una o más de esas familias. Hacia finales del siglo, un importante grupo de haitianos de clase media, educados en Francia o en Estados Unidos se constituye como élite política del país dirigiendo los primeros gobiernos democráticos, con claras medidas para el desarrollo, no sólo económico del país, sino que también, político, social, de educación y de salud, entre otros parámetros del desarrollo de una sociedad.

Pero estos gobiernos no logran llegar a su término a causa de la miseria y del desorden permanente que, según varias fuentes, es provocado por las mismas seis familias propietarias de todas las tierras de Haití. A lo que se debe agregar la fuerza sísmica del territorio que 2010 dejó pocas construcciones en pie.

El último de los gobiernos democráticamente elegidos, dirigido por un mediano agricultor de frutas, culminó con el asesinato del presidente; aparentemente ordenado por Estados Unidos, aunque no haya pruebas de esto. Desde entonces no se ha logrado realizar nuevas elecciones. El sucesor, ex ministro de Relaciones Exteriores, Ariel Henry, se enfrenta a una compleja situación en donde las bandas armadas de cada una de las familias hegemónicas mantienen el país en un desorden total en el que la totalidad de las personas se pasean armados por las calles y nada ni nadie logra volver a echar a andar el país. El único sueño del haitiano medio es ser admitido en algunos de los cupos migratorios hacia países más desarrollados, entre los que se encuentra Chile.

Canadá y Estados Unidos acusan a los políticos haitianos de la actual situación y han solicitado al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que se decrete la invasión de Haití por una fuerza internacional que “ponga orden” y llame, en un plazo determinado a elecciones presidenciales.

Lo anterior ha sido tratado recientemente en el Consejo de Seguridad. Pero con pocas probabilidades de prosperar en el sentido de una operación militar liderada por las Naciones Unidas. No se trata de que la ONU esté a favor del desorden haitiano, sino que simplemente porque Rusia no apoya la moción y, en el Consejo de Seguridad, integrado por 15 países se requiere mayoría, por una parte y que ninguno de los miembros permanentes; Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Inglaterra y China se oponga, por otra parte. Probablemente no se trata de que Rusia esté contra por principios, sino que no es momento como para que Estados Unidos obtenga el apoyo de Rusia; sea cual sea el tema. Una horrible situación de la que, junto a una comisión de la Fundación Derechos Humanos sin Fronteras, vengo regresando; para informar sobre la situación actual del país.

Desplazándonos en vehículo blindado con guardaespaldas pudimos verificar la terrible situación y, lo que es peor, la ausencia de un horizonte que permita una salida; mientras la población padece hambre y miseria.

Sin embargo, me mantengo en el principio de la no injerencia y de la libertad de los pueblos para trazar su camino, en paz y democracia. No me parece que la intervención de los cascos azules sea la solución, como no la fue en 2010 cuando ya se enviaron por las mismas razones. Interesante tema que invade la conciencia a sabiendas que sin los cascos azules hay miseria, hambre, desorden, pillaje y otros flagelos y con los cascos azules continúa la miseria, el hambre y… se agrega las violaciones a las mujeres autóctonas por parte de los soldados, junto a otros flagelos.

Me duele el naufragio de Haití y haré todo cuanto pueda, junto a Derechos Humanos sin Fronteras, para evitar que siga pereciendo la gente o sufriendo cuando no pierden la vida. Invoco a todas las conciencias de la humanidad para que la situación pueda resolverse conversando y no disparando.  

Es en ese sentido que la Fundación Derechos Humanos sin Fronteras está lanzando una campaña de ayuda a los organismos que luchan por los Derechos Humanos en Haití, que debuta el 1 de febrero. Se trata de la campaña “Mil pesos para Haití” en donde se solicitará masivamente a las personas que transfieran “mil pesos para Haití” a la cuenta corriente de la Fundación Derechos Humanos sin Fronteras.

Con esos fondos la fundación Derechos Humanos sin Fronteras ayudará a sus pares en Haití a luchar por los derechos humanos, por la no injerencia extranjera y por el respeto de los derechos de todos los ciudadanos de esa bella e histórica república del Caribe.

La paz y el respeto de los Derechos Humanos en Haití, como en cualquier otro lugar de la Tierra es tarea de todos los humanos, cualquiera que sea su país, su rito, su amor, su color o sus principios.