Por: Carlos Pérez Osorio.
El presente trabajo, realizado por el profesor Carlos Pérez a petición del Centro de Estudios del Magreb, será presentado el 17 de septiembre con motivo de nuestras patrias en las instalaciones del club de huasos Gil Letelier en Santiago, al que ha sido invitada la embajadora de Marruecos en Chile y otras autoridades. Como centro agradecemos al señor Pérez su aporte, lo que nos enorgullece por ser un colaborador nuestro y con ello entregar aportes concretos para el conocimiento de ambas culturas.
Ximena Zamora B.
Presidenta.
Centro de Estudios del Magreb para las Américas.
La formación del caballo que llegó a América, primero a Las Antillas en 1493, venidos en el segundo viaje de Cristóbal Colón y los siguientes que fueron llegando procedían del caballo de España que a su vez se formó de las siguientes vertientes, el Castellano con orígenes en el Céltico, el Europeo y el notable caballo Africano, que es conocido como uno de los caballos del desierto y de los más antiguos del mundo. Fue criado por los bereberes en el Magreb. El andaluz con orígenes en el africano, el asiático, el europeo y el Céltico. La Jaca con orígenes en el europeo, el Céltico y el africano. La primera crianza de caballos en América se estableció en la isla Santo Domingo, esta fue creciendo con el ingreso de otros llegados de España, los que reproducidos también fueron pasando a otras Antillas y de ahí a América entera. Los que ingresaron primero desde España eran caballos pequeños de acaso 1.35 metros de alzada, pero luego a Cuba llegaron ejemplares de más alzada de 1.45 metros a 1.55 metros. A Chile los trajo don Pedro de Valdivia y lo siguió don Alonso de Monroy y don García Hurtado de Mendoza. En 711 D.C. los musulmanes iniciaron la invasión de la Península Ibérica, que entonces se encontraba dominada por los Visigodos, y aquí se quedaron hasta el final del siglo XV. Se ha escrito mucho sobre la influencia de los caballos Árabes en los Ibéricos. La cosa es que aunque políticamente fuese una invasión Árabe, étnicamente los invasores eran Bereber. El líder de esta primera invasión era un Moslem Berber, llamado “Tariq ibn Ziyad”, quien lideró a más de 12.000 Sarracenos por el Estrecho de Gibraltar a España. Estas personas trajeron sus caballos nativos (no muchos inicialmente por las dificultades de pasar el estrecho con ellos), los que más tarde se acabarían cruzando con los caballos nativos de la Península.
Es innegable la influencia que tuvo cada raza en la otra, por lo que el intercambio de sangre fue muy beneficioso para ambos. Al estar España y Portugal casi 800 años en guerra con los moros, ambas razas se convirtieron en caballos de guerra, realizando los ejercicios que esto requería. Los caballos en España, describe don Uldaricio Prado en su libro “El Caballo Chileno” Editado en 1914 Casta de Guzmanes y Valenzuelas “Especiales para la práctica del “Arte de la Jineta”; escuela de equitación de origen morisco y ésta a su vez, origen de la Rienda Chilena”.
Relato de Luís Buñuelos en su “Libro de la Jineta”. “Dice que son los “únicos que merecen el nombre de caballos” por sus cualidades. Talla, lindeza de cuello, pechos, cara, ojos, caderas. Caballos que son muy superiores a los demás. En correr y parar no hay nada igual. A los 7 años comienzan a rendir y duran hasta los 24 años. Su origen y su esmerada crianza En tiempos de Carlos V (1500 – 1556), a Don Luís Manrique, hijo de los Duques de Nájera, le dieron la Encomienda de Córdoba, y en ella empezó a criar caballos y a juntar yeguas. Le compró a Don Diego de Aguayo yeguas consideradas las mejores de España de la época. También le compró a Don Pedro de la Cueva, que tenía en Guadix y Basas, y trajo un potro de Jerez de la Frontera y con ellos comenzó su crianza por un año.
Un día estaba Don Luís mirando en la puerta de su casa que daba a una calle tranquila, cuando vio aparecer por ella un harruquero en un caballo tordillo negro, con la tusa muy blanca y muy crespa. Cuando lo vio el harruquero, le pegó con los talones al caballo y fue corriendo hacia él, a una velocidad tremenda, y entró parando en las patas en forma maravillosa. Don Luís quedó perdido por el rocín, y se lo compró a pesar que estaba en los huesos y tenía las manos chuecas y los pies cerrados; aunque el resto era muy bueno. Entró el caballo a la caballeriza y le dieron el mejor alimento y cuidado. A los pocos meses se convirtió en el caballo más lindo que se haya visto. De las rodillas hacia arriba una pintura; de crines tan largas y onduladas que le arrastraban por el suelo y con un mazo de cola llena de cerdones y muchos crespos de nacimiento. En el correr y parar nunca se vio igual y poder moverse para adelante y para atrás, y si le daban con los pies salía volando. El harruquero se llamaba Guzmán, y contó que el caballo lo compró a un mesonero, el que luego visitó Don Luís Manrique y le contó: llegaron a su posada siete u ocho moros en caballos a la jineta y que decían ser Embajadores del Rey de Marruecos, que iban con una embajada al Emperador Carlos V. La noche que llegaron le dio un cólico al rocín y lo dejaron, ya que se iba a morir. Le dijeron que tratara de cuidarlo ya que dijeron que era de la mejor casta de la Berbería. Luego de este relato, Don Luís lo echó a sus yeguas, naciendo excelentes caballos. Al morir Don Luís, muchos caballos los heredó el Rey Felipe II (1556) y otros regaló a sus amigos. El Rey vendió algunos que compró Don Martín Fernández de Córdoba y sacó magníficos caballos. Luego, el Duque de Sossa de Milán le compró varias yeguas a Fernández de Córdoba, y su caballerizo mayor se llamaba Juan de Valenzuela, a quien el Duque cuando volvió a Italia le regaló muchas yeguas, que las conservó puras toda su vida, siendo el caballero más conocido de su tiempo. Su hijo Jerónimo de Valenzuela las heredó y las vendió y regaló a sus amigos. García Hurtado de Mendoza trajo a Chile algunos de estos ejemplares, en 1557”.
En los más nobles orígenes de la tradición Chilena, que es la crianza de su excepcional caballo criollo, resuena hasta el día de hoy, con una fuerza que nos enorgullece, la voz y la sangre que de manera tan noble y generosa nos heredó el Magreb.