La película It Must Be Heaven de Elia Suleiman fue recibida con 10 minutos de cerrada ovación. Si el mundo fuera justo, debería haber ganado la Palma de Oro en el reciente festival de Cannes. Como lo sabía Charles Chaplin cuando rodó El gran dictador, en plena guerra y con el cretino de bigotes en su apoteosis de liderazgo, nada hay más poderoso que el humor para desanudar las injusticias del mundo y la crueldad encallada como sistema.
En la extraordinaria It Must Be Heaven (Debe ser el cielo, en competencia en Cannes 2019), el personaje que interpreta el propio director Elia Suleiman, ese hombre que no habla pero siempre observa, el mismo de sus películas precedentes, llega a Nueva York y entra a un mercado para realizar algunas compras. Un hombre joven le llama la atención, porque carga un arma en el pantalón. De pronto, Suleiman se da cuenta que todos los clientes llevan armas de todo tipo, hasta los niños, como si fueran carteras, bolsos o bufandas, y con la misma naturalidad que en esos casos. El gag culmina con una familia bajando de un taxi, y el remate es hilarante. El objetivo está cumplido, porque todas las grandes secuencias humorísticas tienden a señalar lo absurdo de las prácticas humanas, que en reiteradas ocasiones sostienen lo inaceptable, por ejemplo, la legalidad del uso de armas.
It Must Be Heaven empieza en Nazaret, sigue en París, continúa en Nueva York y termina en Nazaret. Suleiman acopia gags de todo tipo: en París descubre tanto la elegancia como la indigencia en las calles, y para ambos fenómenos constatables realiza un gag que cambia la mirada de posición. Un médico de una unidad social detiene la ambulancia frente a un indigente que duerme en la calle, le ofrece comida y la forma de conducirse del hombre remite a la de una azafata comunicando a los viajeros las opciones de la cena en un vuelo internacional. Este gag, como tantos otros, fue aplaudido durante la proyección. El teatro Lumière fue una fiesta.
El hilo narrativo es mínimo: Suleiman viaja para pedir fondos; en París le dicen que su proyecto tiene la gracia de no ser exótico ni tampoco excesivo en lo político, pero no es lo suficientemente palestino. En Nueva York, ayudado por Gael García Bernal, ni siquiera lo atienden en una productora, y al actor mexicano, tampoco. Mientras espera las reuniones, Suleiman camina por las calles, mira la vida cotidiana y descubre así la comedia humana. Una especie patética se revela, a juzgar por los resultados, pero la especie es redimible, entre otras cosas, porque sabe reír y a veces amar.
En un mundo justo, It Must Be Heaven debería haber ganado la Palma de Oro. El manejo del lenguaje cinematográfico es absoluto, la claridad política también y nada parece estar de más en el filme. Cuando algo así sucede, estamos frente a una obra maestra. Algo de eso se sintió en la sala. El aplauso cerrado duró unos 10 minutos. Suleiman lloraba con cierta circunspección, Gael aplaudía emocionado y otros miembros del equipo comprendían que en ese momento se justificaba el extenso esfuerzo de hacer una película.