El Realismo Socialista de Raúl Ruiz. Mito al descubierto

Por Luis Horta.

Acercarse, aunque sea de forma superficial, a “El Realismo Socialista”, no deja de ser una experiencia que paulatinamente se transforma en una envolvente metáfora sobre la obra chilena de Raúl Ruiz: un enigma. Descubierta por ciertos fetichistas y coleccionistas del cineasta, particularmente esta película termina siendo una fantasmática figura, etérea, de la que algunos dicen haber sido parte pero, a la vez, no recordar mucho de ella.

1. Aquellos años

Calificada en su momento como un film “alucinante y apocalíptico”, hoy es poco lo que podemos ver de ella: unos cincuenta minutos que fueron exhibidos por primera vez en el Festival de Cine de Valdivia del año 2008, pertenecientes a la Cinémathèque Royale de Belgique. El Realismo Socialista, el concepto y no la película, alude al registro de la realidad de los trabajadores, exaltándolo y presentando su cotidiano como algo admirable. Esta corriente marxista, se transformó en un planteamiento estético hoy fácilmente reconocible con obreros sudorosos, campesinos sonrientes y musculosos puños en alto con una hoz, y que fue política oficial tras un decreto promulgado por Stalin en 1932. “El Realismo Socialista”, la película y no la corriente artística, se filma en 1972, un año clave en el desarrollo de la experiencia de la Unidad Popular: colmado de revueltas, agitación popular, el paro nacional de los camioneros en el mes de Octubre y el posterior nombramiento del General Carlos Prats como Ministro del Interior, hablan de un año que decidió muchos acontecimientos históricos de los cuales hoy conocemos su amargo desenlace. El cine de Ruiz de los años setenta, como el de gran parte de su carrera, giraba como un satélite a la producción establecida y que en aquellos años se veía golpeada por las restricciones que el mercado le imponía a un país socialista. Llegaba poco material virgen, los costos eran altos y escaseaban insumos para filmar.

Sin embargo, las películas de este periodo más que nunca transitan desde la violencia a la identidad existente en ella. La violencia física de “La Expropiación” (1972) o bien la violencia verbal de “Palomita Blanca” (1973), terminan siendo conceptos que afloran como escudo al estar en medio de algo que no se sabe exactamente lo que es. Esta forma de violencia es de alguna forma la cáscara de una mirada desconfiada sobre los procesos y el discurso de una izquierda solemne, que sentía responsabilidades a nivel mundial pero que debía lidiar con las mesas cojas dentro del país. Ruiz se sitúa como antagonista crítico al cine discursivo y panfletario de la Unidad Popular, al documental que fotocopia la estética soviética y cubana, y principalmente a la mitificación de lo que se asumía como proceso. “El Realismo Socialista” es contemporánea a “El primer año” (Patricio Guzmán, 1972) y “El diálogo de América (Álvaro Covacevic, 1972), ambos documentales cuya forma se complace en presentar la labor de un Salvador Allende épico y que resiste desde el socialismo los embates del imperio. Nada de críticas y análisis, que los tiempos no estaban para eso. Más allá de las consideraciones históricas, ¿Qué era “El Realismo Socialista”?

2. La película

En una de las pocas entrevistas de la época, Raúl Ruiz develaba algunas claves para entender la construcción de “El Realismo Socialista” (o “Del Realismo Socialista considerado como una de las Bellas Artes”, que era su título original): juegos aleatorios donde trabajadores reales interactúan con actores, representando acontecimientos que ya habían vivido, pero a la vez utilizando la musicalidad del habla popular. Por otra parte, se daba el lujo de citar las obras vanguardistas de Andy Warhol, que por aquellos años eran experimentos netamente formales y de cuestionamiento de lenguaje. La descripción que hace Ruiz en aquellos años de su obra, es importante:

 Ruiz señalaba entonces “Hay un pequeño-burgués atraído por la dinámica de la revolución, de una revolución que lo va a buscar a su casa, y a la cual él, junto a su gente, se pliega. Por otro lado está el proletariado, una fuerza social que tiene su propia dinámica, dinámica que la pequeña burguesía trata de frenar. Dentro de esa doble dinámica, dos personas se desvían y traicionan. El proletario se va a la extrema derecha y después a la extrema izquierda y su desviación es mucho más significativa que la del pequeño-burgués. La desviación del pequeño-burgués es estructural: lo normal es que se desvíe”.

El mito comienza desde la misma realización: Darío Pulgar, amigo y entusiasta de las películas de Ruiz, consigue financiar la realización de la película. Ruiz por su parte trabaja con el mismo equipo de otras películas del periodo: Jorge Müller en la fotografía, Pepe de la Vega en el sonido, y el montaje de Carlos Piaggio. Aparecen en la película el propio Darío Pulgar, Alfonso Varela, Kerry Oñate (entonces director de la Cineteca de la Universidad de Chile) y Juan Carlos Moraga. La película comienza con una tensa asamblea de trabajadores, donde se decide “qué hacer” con el compañero Lucho (Juan Carlos Moraga), un trabajador que comenzó a llevarse las herramientas de la fábrica a su casa para formar independientemente su “propio tallercito en la población, por que uno también tiene derecho a progresar”, bajo argumento que ahora la industria le pertenece a los trabajadores.

Tildado de ladrón, liberal y burgués, el compañero Lucho decide retirarse (aunque se puede entender, a la vez, que es expulsado), quedando cesante. El periplo recién comienza: tras deambular pidiendo trabajo, y ejercer como mozo en una boite, finalmente se une a unos publicistas de derecha. Así, la tendencia izquierdista del obrero comenzará a volcarse hacia la derecha, mientras que el publicista comienza a manifestarse cercano a la izquierda política.

Cuesta imaginarse que esta película durase cuatro horas. Más bien es sospechoso: la diferencia entre una copia de trabajo y una copia finalizada en Ruiz es considerablemente ambiguo, sobre todo si se analizan sus declaraciones donde señala que no aspira a que la película llegue a circuitos tradicionales de exhibición. Lo cierto es que no está documentado que la película efectivamente se terminase, o su exhibición pública. El mismo productor señala que “efectivamente se vio en grupos, pero nunca en una sala”, lo que hace cuestionable su exhibición oficial. Por otra parte, quienes la vieron en aquellos años prácticamente no la recuerdan, o más bien recuerdan el aura existente más que la obra en sí misma. Los entonces alumnos de Ruiz en el Instituto Fílmico de la Universidad Católica recuerdan haberla visto, ya que se montaba en dichas dependencias: “Fuera de sus mejores amigos, que se encargaban de difundir la palabra del “maestro”, casi nadie estaba con él”(5) señalaba Cristián Sánchez sobre la devoción que se contraponía al completo rechazo sobre una película formalista, escéptica, ajena a los momentos que vivía el país y que solamente se dedicaba a jugar con trabajadores y “fieles al maestro” que se prestaban para cualquier cosa.

A partir de acá los mitos comienzan a ser parte de la película. Que nunca se terminó, que fue concebida para ser parte de los debates internos del partido socialista (si bien es cierto que Ruiz era militante, nunca fue un activista, y dentro del partido, ex militantes señalan que nunca se proyectó con fines políticos e incluso cuestionan la militancia activa del cineasta), que usó parte del material para hacer “La Expropiación” o que simplemente la abandonó en pro de sacar adelante “Palomita Blanca”, película maldita que solo llegó a estrenarse en 1992 con la llegada de la democracia, aquella que también ha colaborado en sumirla en el olvido.

Lo cierto es que “El Realismo Socialista” es una película completamente coherente con la cinematografía del periodo de Raúl Ruiz, finalizada o no, haciendo una crítica feroz a los cánones cotidianos de la convulsión política nacional de aquellos años.

Hoy, “El Realismo Socialista” es una anécdota redescubierta. Una pequeña excentricidad escondida, que se ríe con distancia de una vía al socialismo llena de grietas, conflictos de poder y maniqueísmos políticos.  ¿Estaba en lo correcto? Nunca lo sabremos, pero podemos intuir que una aproximación escéptica, terminó por convertirse en un mito del cine chileno.