Por. Jorge Tapia Vidal.
Editor cultural.
En la década de 1950 en Pensilvania, el camionero Frank Sheeran (Robert De Niro) se involucra con Russell Bufalino (Joe Pesci) y su banda criminal. Mientras Sheeran sube en la pirámide del crimen hasta convertirse en un asesino a sueldo, también trabaja para Jimmy Hoffa (Al Pacino), el poderoso líder sindical vinculado al crimen organizado. Y el personaje de Robert De Niro nos da la radiografía moral de un criminal.
La cinta muestra a Jimmy Hoffa. Uno de los grandes misterios sin resolver del país: la desaparición del legendario sindicalista, el más importante dirigente de los camioneros de los Estados Unidos. Podría paralizar todo si los camioneros iban a huelga. Y lo sabía. Es un viaje por los turbios e intrincados pasajes del crimen organizado: sus estructuras internas, rivalidades y su conexión permanente con la política.
En su reencuentro con Robert De Niro, luego de 25 años y en su primer trabajo con Al Pacino, porque en la saga “El Parino” nunca filmaron juntos, Scorsese consigue algo en el cine contemporáneo: ser de pronto épico e intimista, algo desgarrador y poco sutil a la vez, mostrando un lado hiper violento, pero algo pretencioso en las facetas vulnerables de sus criaturas, que conviven con su desmedida ambición y sus permanentes traumas, con su cruel sadismo y sus peores fantasmas.
Recuerda demasiado secuencias de “El Padrino”, en los encuentros de restaurantes del Bronx, con oscuras secuencias a media luz; un crimen en la calle, y violencia desmedida en discusiones familiares. Tiene mucho de esta cinta de Francis Ford Coppola. ¿Quería Scorsese hacerlo a propósito?. Mientras en el trasfondo hay grandes hitos de la historia estadounidense (desde la elección y posterior asesinato de JFK hasta los sucesivos conflictos con Cuba, a fallida incursión en Bahía Cochinos por parte de los gringos, el director no pierde el foco en la relación entre el Sheeran de De Niro, el Hoffa de Pacino y el mafioso Russell Bufalino, encarnado por Joe Pesci.
“El irlandés” es un correcto producto cinematográfico hijo de las dos variables que hacen toda la diferencia en la industria fílmica: dinero, crimen y avance de la edad. Pero no una brillante producción. Ciento sesenta millones de dólares permitieron producir una historia de época por todo lo alto en cuanto a diseño de producción, además de usar tecnología en efectos visuales para rejuvenecer hasta 30 años a los actores principales de su reparto, quienes rondan los 70 años para cambiar de aspecto sus actores en un lapso de seis décadas. Una brillante y laboriosa tarea, pero no bastó.
Por más incómodo o distractor que se sienta, el rejuvenecimiento digital es recurso esencial para la intención de Scorsese, ya que permite a su trío de legendarios histriones ampliar su rango, trabajar un poco sus personajes, un poquito, pero nunca a lograr una verdadera creación actoral.
Además de ser criterio y tema, la edad aparece como estilo: la película adopta en ritmo y estructura la expresividad de las etapas de vida. Son adultos mayores.
Una curiosa e irreal consecuencia narrativa. Entre el adulto gánster de hace 30 años y el actual adulto mayor no hay cambios: voz, matices, gestos o actitudes propias de la edad. Incluso, hasta la mirada cambia. Nadie es igual siempre en estos aspectos en el paso de los años.
El nivel de su reparto es el estándar para las cintas de Scorsese.
De Niro, reponiéndose de su larga racha de malos papales en malas películas, es el mismo De Niro de siempre. Nada nuevo en su personaje. (¿?). No crea, se limita al libreto y nada más. Todas sus últimas actuaciones son iguales. El gesto de su boca, la mirada y el caminar, no tiene ni trabaja la ortopedia física ni gestual.
Pacino, reponiéndose también de una racha similar a la de De Niro – de bajas actuaciones – y actuando por primera vez bajo la dirección de Scorsese, sigue con sus destemplados gritos y caminar agachado, sus hombros caídos y mirada torva. El cambio de peinado y corte, no lo hace diferente. Movimientos de brazos y piernas son los mismos.
Pesci, sacado del retiro, un triste casi final, aceptando volver para una ocasión especial, sigue siendo un actor de reparto. Salvo algunas secuencias donde ofrece otros registros actorales menos conocidos. Pero es el mismo secundario.
Con una concurrencia actoral como ésta es fácil hablar de un duelo de actuaciones, aunque cada cual está en un registro diferente, sin opacarse ni rivalizar. No es un duelo. Cada uno hace lo suyo, como sabe y no cambia. Lo ilustrativo es la relación de la mafia con la política de esa década. JFK, su hermano Bob y la elección presidencial, la lucha de poderes y la influencia del dinero: dinero, poder y autoridad ejercen el total control de los destinos de un país.
Dos verdades esperan al final de El irlandés: Nadie escapa de su conciencia ni su edad. Envejecer es lo peor… aquí y en la Quebrada del Ají.
Está en Netflix, para quienes disfrutan de esta aplicación.