INADMISIBLE

Dr. André Grimblatt Hinzpeter. | Scanner Internacional.

Miércoles 6 de enero de 2021, recién terminado un año que trajo tanto dolor en el mundo entero, tanto sufrimiento, tantas esperanzas truncadas, tantos proyectos frustrados, tantas penurias materiales y tantos temores desatados; el derrotado y saliente presidente del país más poderoso del mundo, jugó la que se espera que sea su última carta para mantenerse en la Casa Blanca. Carta que consistió en insistir, a su estilo, ante su vicepresidente Mike Pence que rechazara, en la sesión solemne del Congreso, el triunfo de Joe Biden. Y, ante la negativa de su “brazo derecho”, entonces, en arengar a una muchedumbre de supremacistas armados para que irrumpieran en la sesión del Congreso para impedir que se reconociera oficialmente a Joe Biden como el “futuro presidente de Estados Unidos”.

Los supremacistas, como si hubieran ido a un baile de disfraces por sus vestimentas y a un encuentro de delincuentes al más puro estilo de Chicago durante la crisis de 1929; armados hasta los dientes, escucharon claramente las palabras del líder y presidente de Estados Unidos y fueron a atacar e invadir la sede del Poder Legislativo, de la primera y más antigua democracia de la historia de la humanidad.

Nunca antes se había visto en Estados Unidos. Hay precedentes en la historia de otros países de tradición democrática; pero no en la nación fundada por Georges Washington a finales del siglo XVIII.

El 27 de febrero de 1933, por dar el primero de los dos ejemplos que se evoca en estas líneas, las juventudes hitlerianas atacaron el Congreso alemán, el Reichstag y lo incendiaron, dando nacimiento así a una dictadura que duró por un poco más de doce años dejando un saldo horrible para la historia de la humanidad.

El 11 de septiembre de 1973 la aviación chilena atacó la sede del gobierno en donde flameaba la bandera que habían jurado defender, dando así nacimiento a una dictadura que duró casi diez y ocho años, en uno de los países con mayor tradición democrática en el subcontinente sudamericano. Sin duda que hay varios otros ejemplos en varios países; pero con tradiciones democráticas menos arraigadas en la población y en las instituciones.

Es importante destacar que, durante el más grande estallido social conocido hasta hoy en la historia contemporánea, el de mayo de 1968 en Francia, liderado por Daniel Kohn-Bendit, que juntó a casi tres millones de personas en la capital francesa exigiendo cambios en la República, nunca se planteó el ataque a alguno de los edificios de alguno de los Poderes del Estado. Tampoco se registró algún tipo de acción similar en el estallido social que conoció Chile durante el año 2019. A pesar de ataques a diferentes edificaciones de diferente índole, no se supo de ningún ataque a alguna sede de alguno de los Poderes del Estado.

Esto demuestra un respeto a los valores republicanos, incluso de parte de los descontentos, de los que se consideran postergados o segregados en sus derechos ciudadanos.

Sin embargo, la sede del Poder Legislativo de Estados Unidos; en donde sesionan los representantes de la ciudadanía, los representantes de los individuos de cada uno de los Estados Unidos; fue atacada, fue violada con todo el significado que esta violación pueda tener.

Un total desprecio a los principios democráticos básicos. Un execrable atropello a los valores republicanos, a los principios democráticos y a los más básicos conceptos del respeto hacia los otros ciudadanos que viven su vida en la misma nación.

Las elecciones estadounidenses arrojaron un resultado oficial que debe ser respetado por todos; no solo por los ciudadanos de esa gran nación, sino que por la humanidad entera. De nada sirve moralmente criticar a otros mandatarios del continente, si se procede de la misma manera que tanto se ha rechazado.

Si se acusa de fraude, hay que demostrarlo y cuando se es jefe de la nación hay que evitarlo, si realmente hubiera existido, antes de que sea demasiado tarde.

¿El actual jefe de Estado de los Estados Unidos de América acusa a su propio gobierno, bajo su dirección, de haber realizado elecciones fraudulentas? Sería realmente una novedad nunca antes vista. Es cierto que en Estados Unidos los responsables del correcto desenvolvimiento de las elecciones son los gobernadores; pero muchos de ellos son Republicanos y sin embargo, no fueron excluidos de las acusaciones de Donald Trump, como es el caso del gobernador de Georgia. Tampoco se salvó Mike Pence, el vicepresidente de la Unión, quien cumpliendo con sus obligaciones constitucionales debía anunciar oficialmente que Joe Biden es el “futuro presidente de los Estados Unidos de América.

Contra ese anuncio oficial se levantó Donald Trump incitando a sus partidarios más acérrimos a asaltar el Congreso, un acto nunca antes visto en países con férrea tradición democrática. En otras palabras, un golpe de Estado. Un fallido golpe de Estado en el que el propio instigador debió dar pie atrás y debió llamar a las Fuerzas Armadas para que desalojen el lugar que ya había sido víctima de múltiples destrozos y vejaciones.

“Debemos ampliar nuestros horizontes temporales, tragar saliva y hacer espinosas concesiones. Ello no implica en ningún caso abandonar las causas que defendemos, sino pasar por alto temporalmente discrepancias con el fin de hallar un terreno moral común”. (Levitsky-Ziblatt, 2018)

En Estados Unidos prevalecieron los valores de la democracia, del respeto a las instituciones, de la obligación de los gobernantes a acatar la voluntad de la mayoría.

El vicepresidente Mike Pence tuvo la posibilidad constitucional de destituir a Donald Trump. No lo hizo, a pesar de las numerosas solicitudes que le llegaron, provenientes de ambos partidos.

Respetó la voluntad popular que eligió a Donald Trump presidente de Estados Unidos hasta la mañana del día 20 de enero próximo. Esto comporta serios riesgos, en la medida en que hasta ese día Donald Trump es el único ciudadano que maneja los códigos secretos militares que le permiten dar a las Fuerzas Armadas cualquier tipo de órdenes, sin limitación de ninguna índole.

Enorme riesgo que podría engendrar terribles consecuencias; sin embargo, el respeto de las tradiciones democráticas primó y la Unión optó por reconocerle al presidente su función de gobernar la nación más poderosa del mundo hasta el día que fuera fijado por la Constitución y por los electores. LEVITSKY, Steven. ZIBLATT, Daniel (2018) Cómo mueren las democracias. Planeta. Santiago