Por. Dr. André Grimblatt H.
Durante la Segunda Guerra los altos mandos de ambas alianzas que se enfrentaron, se preguntaban “¿de qué lado está Dios?”. Hoy los países del orbe, cuatro veces más en número, se preguntan “de qué lado está el virus”.
Y la pregunta obedece a la constatación de que el virus no elige a sus víctimas, no discrimina; sin embargo, las consecuencias del virus sí eligen a sus víctimas y sí discriminan. De manera que no se vive igual la pandemia en Europa o Nueva Zelanda, Chile, Bolivia, Zaire o Estados Unidos, como tampoco se vive igual en los diferentes barrios de las ciudades del mundo.
Además de los casos rocambolescos de Estados Unidos y Brasil, en donde sus presidentes se han transformado en humoristas de la pandemia más que en estadistas frente a una de las más grandes crisis mundiales de los últimos cien años; Europa ha pagado con decenas de miles de víctimas, que debieran superar las cien mil en los próximos días; la desgracia de haber sido los primeros países del mundo occidental en constatar los primeros contagios. Hemos llegado a superar los tres millones de infectados y los doscientos mil muertos por causa de esta pandemia que, por primera vez en la historia de la humanidad se produce en un mundo globalizado y en una sociedad de las comunicaciones.
Esto ha permitido tener acceso a la información en el minuto mismo en que está ocurriendo, como también tener acceso a centenas de noticias falsas que abundan en argumentos falaces para abundar en un sentido o en otro; lo que ha ido cavando una trinchera que tanto a nivel nacional como global ha exacerbado la polarización política y social.
Y en efecto se ha producido dos campos en el mundo. Por una parte, los gobiernos que han privilegiado el combate y la protección de los ciudadanos frente a la pandemia y, por otra parte, los gobiernos que han privilegiado el sistema económico para mantener las empresas funcionando con el objeto de no detener el crecimiento económico y evitar la pérdida de empleos. Tras un primer vistazo surge una inmediata conclusión numérica. Aquellos países que han dejado la economía en un segundo plano, sin olvidarla por completo, y han tomado las medidas que fortalecieron la protección de los ciudadanos han obtenido mejores resultados que aquellos países que, en mayor o menor escala, han favorecido el mercado, evitando al máximo y hasta último minuto los confinamientos obligatorios que hubieran sido un serio impedimento al pleno ejercicio de la actividad comercial y productiva, así como de las libertades individuales.
De alguna manera, estamos marcando un cambio que si bien, se iba perfilando desde hace unos cincuenta años, se ha incrementado. La Edad Media abrió los cielos del Renacimiento que puso al ser humano como el protagonista de este planeta y al tiempo, el mercado impuso poco a poco su reino desde Manchester hasta Chicago, esparciéndose como un virus hasta llegar a pequeños países productores de materia prima que se han transformado en importadores de todo tipo de productos, con el consabido desarrollo de desigualdades que son, sin duda, insostenibles y con serias dificultades frente a las caídas brutales del precio. Los países que han administrado la crisis según las leyes del mercado, priorizando la economía, han presentado los peores resultados en relación con el número de contagios y el número de defunciones. En efecto, la ceguera del mercado, exacerbada ´por la hilarante mentalidad del presidente de la primera economía del mundo, ha matado más norteamericanos, durante esta crisis, que durante toda la guerra de Vietnam y, en mucho menos tiempo. De manera que cuando se revisa el resultado de las curvas de contagios y de defunciones nos percatamos que los países que obtienen los mejores resultados son aquellos que viven en un sistema de economía dirigida o controlada. No se tiene la intención de minimizar las calidades del mercado como acicate de crecimiento; pero todo extremismo es siempre causa de polarizaciones que no son deseables ni ahora ni menos en este tipo de crisis en las que la vida humana está en juego.
Este ejercicio permitiría fácilmente afirmar que el mercado es insuficientemente capaz de hacer frente a este tipo de crisis, las que, aunque no guste, ocurren. Es en ese momento que todos los adherentes al neoliberalismo claman con lágrimas en los ojos al Estado para que no se olvide de ellos, a pesar de que en un país con Estado subsidiario como ocurre en las economías de libre mercado, poco puede improvisar el Estado en estos momentos de crisis.
Las economías de mercado han fracasado sistemáticamente, con cifras y declaraciones en mano, en el manejo de la crisis del Corona Virus. Las economías fuertemente dirigidas presentan, sin duda, los mejores resultados en la gestión de esta crisis. Es cierto que queda la duda de que dichas naciones puedan haber falseado, de alguna manera, los resultados. Pero es muy difícil para cualquier tipo de país esconder cadáveres por lo que podría ocurrir que las cifras estén algo reducidas; pero no de manera significativa.
Así como las economías fuertemente dirigidas, que representan más de la mitad de los seres humanos que viven en la Tierra, presentan resultados muy superiores en cantidad y calidad en relación con los países en donde impera el libre mercado; aquellos países que han sabido tomar lo bueno de cada una de esas dos epistemologías, creando sistemas que amalgaman las cualidades del mercado con las cualidades de las economías dirigidas han obtenido, sin duda resultados más que envidiables en su lucha contra el flagelo del corona virus.
Esta crisis que tanta tragedia ha provocado en tantas familias del orbe trae, sin duda, desafíos para los gobiernos de las naciones de la Tierra. Cada uno debe reflexionar sobre el futuro de la humanidad, el que sin duda no puede ni podrá ser igual al presente.