Por Luis Sepúlveda.
Edición chilena de Le Monde Diplomatique. 10/09/2013.
El día más negro de la historia de Chile amaneció nublado, la cercana primavera aterrada ante el horror que se avecinaba decidió negarnos el primer calor. A las 6 de la mañana Salvador Allende recibió las primeras informaciones del golpe de Estado en ciernes y dio orden a la escolta, al GAP, para salir de la residencia de calle Tomás Moro hacia el palacio de La Moneda. Un contingente del GAP -Grupo de Amigos Personales- quedó a cargo de la seguridad de la residencia, y el resto se puso en marcha armados de fusiles Kalashnikov.
Entre los GAP que salieron junto al Compañero Presidente iban tres muy jóvenes: Juan Alejandro Vargas Contreras, de 23 años, estudiante. Julio Hernán Moreno Pulgar, de 24 años, estudiante y funcionario del palacio presidencial. Y Óscar Reinaldo Lagos Ríos, de 21 años, estudiante y obrero en una agro industria. Los tres eran militantes de la Federación Juvenil Socialista. Y a cuarenta años del golpe de Estado que terminó con el más hermoso sueño colectivo quiero hablar de uno de ellos, de Óscar, un joven chileno valiente y generoso. Óscar era menor que yo, dos años nos separaban, para dada la intensidad demostrada en todo lo que hacíamos por la Revolución Chilena, la entrega total y el vigor con que enfrentábamos las mil tareas del Gobierno Popular, esos apenas dos años de diferencia de edad me conferían veteranía. Yo también tuve el honor –el mayor honor que he recibido en mi vida- de integrar el GAP y, tras cuatro meses como escolta del Compañero Presidente, fui llamado a responsabilidades mayores. Así, a los 22 años me vi convertido en interventor estatal de una agro industria en el sur de Santiago. Ahí conocí a un joven socialista llamado Óscar Lagos Ríos, que combinaba su trabajo de mecánico de la agro industria con sus estudios en una escuela industrial y la militancia socialista. Óscar amaba los tornos y las fresadoras. En sus planes estaba ser un buen tornero, un obrero especializado.
Desde el primer momento se convirtió en mi mano derecha, y en varias ocasiones repelimos a tiros los ataques del grupo fascista patria y libertad, que pretendía asesinar a los dirigentes sindicales e incendiar nuestro lugar de trabajo.
Óscar solía dar breves paseos con mi hijo Carlos Lenín, que apenas empezaba a caminar, cada dos o tres días se llevaba un libro, una novela, un volumen de poesía, algún ensayo socio político. Una tarde mientras cumplíamos con nuestro turno de guardia en la industria lo vi leer y llorar sin ocultar las lágrimas. Leía “La Sangre y la Esperanza” de un escritor chileno y olvidado; Nicomedes Guzmán. De pronto cerró el libro, se secó las lágrimas y exclamó: “compañero, ahora sí que tengo claro por qué hacemos esta revolución”.
Óscar siempre destacó como trabajador, por su humor expresado en las canciones de Los Iracundos que cantaba mientras reparaba máquinas, por su ejemplar solidaridad que le hacía ser el último a la hora de comprar los alimentos que gestionábamos y que la burguesía acaparaba para crear desabastecimiento, y también destacaba como militante certero en el análisis, capaz de convencer con argumentos más certeros todavía. Y como el GAP estaba integrado por los mejores militantes, un día hablé de él recomendándolo, y recibí la orden de instruirlo. Así, Óscar aprendió a usar un arma, a limpiarla, recibió nociones de defensa personal y técnicas de seguridad. Cuando se incorporó al GAP, al mayor honor para los militantes, lo festejamos en su casa, con su familia humilde y generosa. Dejamos de vernos pues las múltiples tareas de la Revolución Chilena nos mantenían a todos ocupados y al día siempre le faltaban horas, dormíamos poco, pero no perdíamos de vista la importancia de lo que hacíamos. No teníamos derecho a la fatiga ni al desánimo. Estábamos construyendo un país justo, fraterno, solidario, y a la chilena, respetando todas las libertades y derechos. Y además teníamos un líder cuya estatura moral era el ejemplo que seguíamos. Cierto día encontré a Óscar en El Cañaveral, una residencia campestre en los faldeos de la cordillera de Los Andes donde el Compañero Presidente solía descansar. Junto a otros dos GAP custodiaba el ala norte del lugar. Nos abrazamos, y cuando le pregunté por su “chapa” por su nombre de combate –yo era y sigo siendo “Iván” para los GAP sobrevivientes, respondió “Johny, esa es mi chapa, soy el Johny, y no elegí yo el nombre; me lo puso el Doctor Allende un día que me escuchó cantar”.
Aquel 11 de septiembre de 1973 poco antes de las siete de la mañana Salvador Allende y su escolta de trece miembros del Gap entraron a La Moneda. Otros tres GAP ya estaban en sus puestos de combate y esperaban las órdenes del Compañero Presidente. El golpe fascista estaba en marcha, tropas y tanques empezaron el cerco a La Moneda, los defensores y los golpistas cruzaron los primeros disparos, la fuerza aérea bombardeaba las antenas de las radios hasta que no quedó más que una, la de radio Magallanes y gracia a esa emisora escuchamos y escucharemos las últimas palabras del Compañero Presidente, ese “metal sereno de mi voz”.
Con La Moneda sitiada Allende dispuso que saliera todo el que quisiera hacerlo, él permanecería como un baluarte de la constitución y la legalidad democrática.
Entre la balacera y los proyectiles explosivos disparados por la artillería, un puñado de detectives socialistas decidieron permanecer, y los GAP dijeron rotundamente que la guardia no se rendía ni abandonaba al Compañero Presidente. Entre Allende, los detectives leales, el médico del presidente, el periodista Augusto Olivares y los dieciséis GAP no sumaban más de treinta personas y se enfrentaron a miles de soldados golpistas. Y como lo ha referido “Eladio” uno de los GAP sobrevivientes, Allende encabezó la resistencia a los golpistas.
Casi al mediodía la fuerza aérea bombardeó La Moneda, el edificio empezó a arder y el GAP seguía resistiendo. Una imagen se quedó grabada para siempre, la del GAP Antonio Aguirre Vásquez, un patagón heroico que disparó desde el balcón principal con su ametralladora punto 30 hasta que las bombas borraron todo el frontis de La Moneda. El símbolo de la democracia chilena, la llamada casa de Toesca ardía, Allende había muerto, y Óscar Lagos Ríos, el Johny había recibido dos disparos pero estaba vivo. A las dos de la tarde, ya sin parque, agotadas las municiones, los sobrevivientes de aquel puñado de detectives y del GAP salieron de los escombros y fueron de inmediato subidos a un camión militar con rumbo desconocido. Los detectives consiguieron salvar sus vidas, pasaron por las atroces torturas, pero sobrevivieron. Trece de los dieciséis GAP desaparecieron.
Pero en Chile la tierra habla y así, se descubrió una sepultura clandestina en un cuartel militar abandonado, el Fuerte Arteaga, y en esa tumba había más de cuatrocientos trozos de huesos humanos, algunos no medían más que centímetros, y esos minúsculos huesos contaron que los trece GAP habían sido torturados, mutilados, asesinados por la soldadesca en una orgía de sangre que duró varios días, y en la que participaron todos los oficiales y soldados del regimiento Tacna. Luego fueron enterrados en el mismo regimiento y, cuando testigos de lo que había ocurrido aseguraron que podían indicar el lugar donde ocultaron los restos de los heroicos combatientes de La Moneda, los sacaron de ahí, los llevaron hasta el fuerte Arteaga, los arrojaron a un agujero de diez metros de profundidad, enseguida los dinamitaron y cubrieron de tierra.
Es imposible silenciar la voz de los combatientes, y sus huesos, minúsculos, dijeron sus nombres, dijeron. Yo soy lo que queda de Óscar Reinaldo Lagos Ríos, 21 años, nombre político Johny, GAP y asesinado el 13 de Septiembre de 1973.
Una mañana de 2010 una caravana de tres vehículos funerarios pasó frente al Palacio de La Moneda. Iban escoltados por hombres y mujeres mayores de sesenta años que lucían con orgullo una cinta roja con la sigla GAP en el brazo izquierdo. Escoltábamos a Juan Alejandro Vargas Contreras, de 23 años, a Julio Hernán Moreno Pulgar, de 24 años, y a Óscar, el Johny que cogió su fusil cuando había que hacerlo. Nuestros camaradas reposan en el mausoleo de los héroes, junto a la tumba del Compañero Presidente. El GAP no se rinde.
Honor y Gloria a los combatientes de La Moneda.