Finlandia suprimió la educación privada y con ello disminuyó las desigualdades

La política en materia educativa puesta en operación por Finlandia tuvo como objetivo disminuir las desigualdades entre sus habitantes. Finlandia es hoy una de las sociedades menos desiguales.

León A. Martínez

Las políticas públicas de Finlandia desafían el sentido común. Dan vivienda, sin condiciones, a personas que de otra forma tendrían como techo el cielo y sus nubes —a lo que debe sumarse la nieve, recordando que es un país situado al norte del mundo—, y les otorgan asistencia para buscar trabajo. Este país tiene en marcha un programa, en fase experimental, de entregar una renta básica a cada ciudadano por el solo hecho de ser ciudadano, es decir, a cambio de nada.

El sistema escolar finlandés prescinde de las tareas —esas labores que sistematizan la repetición y que nos preparan además para ser productivos a toda hora—, y se enfoca en que el aprendizaje sea una actividad placentera, como señala el cineasta Michael Moore en su documental “¿Qué invadimos ahora?”. A pesar de éstos y otros contrasentidos, el sistema escolar finlandés es uno de los más celebrados en el mundo gracias a que en las evaluaciones de desempeño sus niños y adolescentes alcanzan los más altos puntajes a nivel global, por lo que es objeto de estudio.

Queriendo dar con la quintaescencia del sistema escolar de Finlandia y replicar su éxito en otras latitudes, se le ha descompuesto en partes para examinarlo. Así, se ha descrito que éste pondera la cooperación por encima de la competencia, que sus maestros gozan de gran prestigio social, o que la educación es pública y gratuita entre los 7 y los 16 años.

La lógica apuntaría a que basta con que países como México reproduzcan estos elementos para que sus niños y adolescentes alcancen los mismos resultados en las evaluaciones internacionales de desempeño escolar que los conseguidos por los niños y adolescentes finlandenses. Pero, como ya se ha visto, los finlandeses son afectos a contravenir el sentido común.

La política en materia educativa puesta en operación por Finlandia en la década de los 70 del siglo pasado no tuvo como objetivo último puntuar alto en las evaluaciones internacionales para acceder a los créditos de instituciones internacionales o asegurar inversiones extranjeras. La finalidad de esta política pública fue disminuir las desigualdades entre sus habitantes. Finlandia es hoy una de las sociedades con las menores brechas de desigualdades entre sus ciudadanos.

El secreto del éxito de esta política para disminuir las brechas entre los que más y lo que menos tienen fue —sí— instituir la educación pública y gratuita, asegurando el acceso a la educación a todos, pero también —y aquí va el contrasentido finlandés— suprimir la educación privada. En la mayoría de los estudios que detallan las características del sistema educativo finlandés, este último elemento suele obviarse.

La reforma educativa de Finlandia puso en cuestión la política previa en la materia, cuyo diseño consistía, grosso modo, en un sistema en el que sólo los mejores estudiantes —la gran mayoría, provenientes de familias de altos ingresos— podían continuar a estudios avanzados, tras una selección que se hacía entre los alumnos de once años de edad, que para entonces habían cursado los cuatro primeros años de escolaridad primaria. En ese punto, se decidían los destinos. Los que quedaban fuera de la selección —la gran mayoría, provenientes de familias de bajos ingresos—, sólo terminaban sus estudios de primaria, para luego dejar la escuela y comenzar a trabajar o recibir instrucción profesional. Este sistema profundizó las desigualdades en la sociedad finlandesa.

Los actores políticos y educativos finlandeses debieron reconocer que este sistema educativo —del que sólo podían sacar provecho los estudiantes provenientes de estratos sociales con privilegios— no sólo reproducía la desigualdad a través de las generaciones, sino que también debilitaba el tejido social del país. Esto dio lugar a una serie de debates públicos, en los que participaron políticos de todo el espectro ideológico, así como académicos y educadores, de los cuales resultó la política pública que decidía abolir la educación privada e instituir un sistema integral que acoge a los alumnos de todos los estratos socioeconómicos, tanto en primaria como en secundaria, hasta los 16 años y reciben la misma enseñanza elemental en las mismas instalaciones. El resultado de esta reforma no sólo fue el cerrar la brecha de logros entre los estudiantes más ricos y más pobres, sino que también convirtió a Finlandia en una de las historias de éxito educativo global de la era moderna.