Los políticos oportunistas, desesperados por capitalizar el descontento social

Por. Diego Ancalao G.

Estos momentos de crisis que vive el país nacen de la decepción causada por las autoridades que nos gobiernan y, en general, de los líderes del sistema democrático de todos los partidos. El desafío ahora es atender la coyuntura sin perder de vista las tareas de largo plazo y el país que se busca construir, para lo cual los verdaderos líderes deben tener una cuota necesaria de sabiduría, algo que difícilmente se encuentra en el escenario nacional. Si bien es cierto, las demandas sociales que se expresan de muy diversas maneras, no tienen una orgánica definida, pero son la manifestación más poderosa del agotamiento de un modelo de desarrollo que nadie ha sido capaz de cambiar, sistema que terminó por colmar la paciencia de los ciudadanos ante abusos reiterados, por lo que tiene plena legitimidad.

Podemos ver como aumentan las manifestaciones, cada vez más masivas y pacíficas, ante el descontento general frente a quienes, buscando instrumentalizar esta situación, han cometido actos repudiables. Para graficarlo, recurro al mensaje de audio de WhatsApp que Cecilia Morel le envío a sus amistades en que concluye diciendo, “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”. Esto revela lo que la Primera Dama piensa en su fuero más interno y que seguramente es la expresión de lo que la mayoría de los privilegiados de Chile cree. Ese “vamos” lo podemos traducir como “estamos obligados a ceder una parte de las prerrogativas que hoy tenemos”. Así, queda claro que la intención no es a abandonar los privilegios, sino a “compartirlos”.

Este “desacierto”, como Morel calificó sus dichos, no es más que el fiel reflejo de la situación angustiosa que deben estar viviendo quienes hasta hoy se han visto beneficiados por la aplicación del sistema que nos rige. Y de paso, vuelve a develarse esa relación promiscua entre dinero y política, que tergiversa gravemente la imprescindible vocación de servicio desinteresada que requiere la actividad pública.

Asistimos a una suerte de show de declaraciones del Presidente Piñera en el que se exhibe, con rostro compungido, su preocupación por el complejo momento que vive el país y la ejecución de soluciones militares, asesinando inocentes, pero ninguna medida para resolver la crisis. Toca los impuestos del 1% más rico, por lo que claro que no actúa como Presidente, sino que como gerente y socios de los empresarios dueños de Chile. Ante tal escenario, resulta increíble ver como el descontento social se intenta capitalizar por los partidos políticos y sus representantes, que comienzan, como un niño recién nacido, a ver la realidad por primera vez. Para que vieran las cosas como son, la ciudadanía debió desbordarlos y hablarles directamente, desde el epicentro de las demandas pendientes y de los abusos sistemáticamente cometidos.

Esa casta política debe estar pensando desesperadamente cómo logra expiar sus pecados para recuperar el favor y la credibilidad del pueblo al que le dieron la espalda hace tanto tiempo. Muchos seguramente también recordarán con nostalgia aquellos años en que tenían ideales que le daban sentido a su compromiso político e ideas que lo sustentaban. Pero el tiempo de rectificar se agota indefectiblemente. Casualmente, y justo ahora, toman el listado de peticiones que el levantamiento social ha impulsado, -aun cuando esas demandas nunca fueron escuchadas de verdad-, y, calculadamente, las abrazan buscando ser los portavoces de quienes habían abandonado. Un exhibicionismo patético, pues todos sabemos que buena parte del problema lo han generado estas mismas personas, obteniendo buenos réditos por este “servicio a la patria”.    

Pero los oportunistas no están solos en el campo de la política, pues el mundo empresarial también sufre de este pánico colectivo que graficaba Morel en su mensaje, donde reacciones como las de Andrónico Luksic o Horst Paulmann, son una muestra de ello. Cuando Morel se resignaba a la idea de que ahora habrá que “compartir con los demás”, está diciendo que este es un capítulo crucial de la generación de riqueza. La capacidad de compartir y solidarizar con quienes no han podido acceder a las oportunidades que ofrece la modernidad, es un deber ético primordial en la construcción de sociedades humanas, que incorpora la dignidad de las personas en su modelo de desarrollo.  

Todo esto nos lleva a la necesidad de plantearnos una nueva forma de democracia. En ese sentido, hay que entender que la verdadera política es cuando la democracia vuelve a sus legítimos dueños, que somos nosotros, los ciudadanos, aquellos que siempre estamos invitados a votar, pero nunca invitados a gobernar. Ahora es tiempo de generar una democracia construida desde la soberanía popular, desde la realidad misma, sin caer en el mal individualista que ha carcomido sus bases de sustentación.

En efecto, los acuerdos de la política institucionalizada según el estilo actual, no resolverán el problema de fondo, por lo que se requiere una democracia deliberativa en su sentido más amplio. El pueblo que se ha manifestado con tanta fuerza, exige ser escuchado no por un rato, sino a lo largo de toda la construcción de acuerdos que el sistema democrático incluye.

Ya no habrá lugar alguno para una desconexión entre los representantes y el pueblo que otorgó esa representación, esos representantes deberán dar cuenta permanente y cotidiana de su trabajo y de sus competencias para el cargo que se les encomienda. Nadie podrá tener sus cargos “asegurados” en el periodo que la ley define y siempre tendrán su “cargo a disposición”, respecto del buen cumplimiento de sus tareas. Las manifestaciones que vivimos precisamente dicen que el pueblo ya no será más el inquilino del fundo. Para ello, no solo se tiene que cambiar la Constitución Política, sino cambiar la forma de hacer política, poniendo a la persona en el centro del desarrollo, a los trabajadores por sobre el trabajo, y al cuidado del medioambiente por sobre el lucro. Si no se humaniza la política, si no instalamos la deliberación democrática y, si no se abren los caminos para un nuevo pacto social, en que se incluyan todos los que hoy están afuera, los expoliados, los excluidos y los pueblos indígenas, todo esto, no será más que declaraciones de buena voluntad, como muchas otras.       

Aquí se necesita cirugía mayor para extirpar un cáncer extendido en nuestro cuerpo democrático. El paracetamol, como los anuncios que hemos escuchado hasta ahora, no será suficiente. Vamos a instalar la justicia, la equidad, la libertad y la fraternidad como los nuevos-viejos valores de la convivencia social. Tengo la esperanza que este momento que vive Chile, será el inicio de lo que las culturas indígenas milenarias denominan en buen vivir. Sé que muchos, como yo, estamos dispuestos a jugarnos la vida en ello.